París, este pintoresco pueblo medieval con 2,5 km de canales se compara a menudo con Venecia. Su colegiata gótica y su elegante castillo figuran entre los mejores de la región de Île-de-France. Con su red de canales, su imponente colegiata y su elegante castillo, Crécy-la-Chapelle es uno de los pueblos medievales más bellos de Île-de-France.
¿Necesitas un respiro de la ciudad y un poquito de aire fresco sin alejarte demasiado de París? 🌿
Nosotras lo encontramos en Crécy-la-Chapelle, un rincón encantador en el corazón del Sena y Marne, al que llaman con cariño la Venecia de la región de Brie. Entre sus canales tranquilos, las casitas de piedra cubiertas de flores y los reflejos dorados del agua, sentimos que el tiempo se detiene. Cada rincón invita a caminar sin prisa, a escuchar el murmullo del río y a disfrutar de esa calma que solo los pueblos auténticos saben ofrecer. Crécy-la-Chapelle tiene ese encanto antiguo que conquista desde el primer paso: calles empedradas, monumentos con historia y un ambiente bucólico que enamora a cualquiera que busque un paseo lleno de serenidad y belleza. 🌸
Salimos temprano de París, cuando la ciudad aún despertaba. El cielo pintado de tonos suaves anunciaba un día perfecto para explorar. Mientras avanzábamos en coche, los paisajes de la campiña se desplegaban ante nosotros: campos dorados, molinos antiguos y casitas de piedra que parecían saludar al paso. Andreita observaba todo con esa curiosidad que solo los niños conservan, preguntando si los caballeros medievales aún vivían por allí.
Llegamos a Crécy-la-Chapelle, una joya escondida conocida como la Venecia de Brie. Su historia se respira en cada rincón: callejuelas adoquinadas, puentes de piedra, canales serpenteantes y fachadas cubiertas de flores. Es uno de esos lugares donde el tiempo parece haberse detenido.
Comenzamos nuestro recorrido junto al canal del Grand Morin, donde el reflejo del agua y las casas antiguas crean un paisaje digno de acuarela. Caminamos hasta el Puente Saint-Pierre, el más fotografiado del pueblo, y desde allí seguimos el sendero que bordea el río. Los molinos aún en pie recuerdan la prosperidad de los siglos pasados, cuando Crécy era un punto clave para los comerciantes de harina.
La iglesia Saint-Georges, del siglo XIII, nos recibió con su imponente arquitectura gótica. Subimos hasta su mirador y desde allí contemplamos los tejados del pueblo, las torres y los canales que serpentean como venas de historia.
Para el almuerzo, una pequeña terraza junto al canal donde el tiempo parece fluir más despacio. Disfrutamos de una quiche de queso brie —el auténtico, de la región—, ensalada fresca y una tarta de manzana tibia, acompañada por un vino blanco ligero. Podran pedir jugo de manzana artesanal y se podrá mirar los patos que nadaban cerca.
Por la tarde, exploramos las galerías de arte y talleres de cerámica, donde los artesanos locales comparten su pasión. En una pequeña tienda, una artista nos contó que el río ha inspirado generaciones de pintores impresionistas. Y no nos costó creerlo: la luz de Crécy tiene algo mágico.
Nuestra última parada será el Moulin de Couargis, uno de los molinos más antiguos del valle. Allí, entre el murmullo del agua y el canto de los pájaros, podremos disfrutar un helado artesanal mientras el sol comenzaba a caer.
El regreso a París fue silencioso, con esa sensación de haber vivido un día fuera del tiempo. Crécy-la-Chapelle nos recordará que la historia no solo se lee… también se camina, se respira y se comparte.
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